viernes, 6 de marzo de 2009

Recordando nuestros mitos: La Barbacoa

Como a una cuadra de la finca, la Colmenera, había un camino de servidumbre por donde transitaban los campesinos de las veredas las Palmas y Riochico. Desde el corredor de la casa se podía ver cuando pasaba alguien, y los perros lo avisaban con sus ladridos.Con alguna frecuencia, cuando yo veía que pasaba alguien, me acercaba al camino para poder observar al transeúnte. Mi abuela me había prohibido varias veces salir al camino, pero yo de vez en cuando reincidía, a pesar de las amonestaciones o de los cuentos que ella me refería: <>.Un día de esos fuí a ver quién pasaba por el camino. Cuatro campesinos que venían de Riochico, traían sobre una camilla hecha de palos y sobre unas almohadas a una señora que daba gritos de dolor. La llevaban al pueblo para que don Lelo Gómez o don Greogorio Gutiérrez, que eran los médicos empíricos de San Pedro, la aliviaran de una enfermedad. En esa época de 1945, no había en el pueblo médicos graduados.
Fue tal mi susto al ver esa escena, que en tres zancadas ya estaba en la casa metido bajo la ruana del abuelo.
-¿Qué le pasó mijo, que lo vejo muy asustado?-, preguntó el abuelo.<>, le respondí
- Su abuelita Ana María tiene razón: los chupasangres no son mentira y los palos esos donde llevan a la enferma se llaman barbacoa. Espere le cuento: una vez antes de llegar al Alto de Medina, cuatro salteadores de camino, de esos hombres malo que están a todo momento viendo a quién le puedan robar, observaron que venía un arriero solo, y como vieron que traía muchas cosas, lo atracaron. Como el hombre hizo mucha resistencia para no dejarse robar, los bandidos lo mataron. Le dieron tantos machetazos, que lo dejaron en puro picadillo, después de haberle cortado la cabeza.
Pero como Dios no castiga ni con palo ni con rejo, condenó a los cuatro bandidos en vida a cargar el muerto en una barbacoa. Cuando ellos murieron, esa condena se perpetuó por los siglos de los siglos. En noches oscuras y de poca luna, se les ve cargando al arriero difunto por todos los caminos de San Pedro, la barbacoa la han visto en San Juan, en Pantanillo, en Riochico, en fin en todas partes.
Después de la muerte de los cuatro bandidos, la cosa se puso más tétrica: como ellos le mocharon la cabeza al arriero, Dios los condenó a llevar la barbacoa sobre sus hombros, vestidos de negro y sin cabeza. Lo único que medio se puede apreciar, es el muerto que se va sobre la tarima de palos, y que va cubierto con una sábana, mientras los huesos fosforescentes de las manos y de los pies, cuelgan por los lados de la barbacoa, produciendo un reflejo.
Los cuatro bandidos vestidos de negro no se ven por la oscuridad. Sólo uno sabe que ahí van, porque sus huesos chirrean como bisagras sin grasa, y porque delante de ellos va siempre un perro negro que echa chispas por los ojos, y su olor es fétido. Al pasar este cortejo, los otros perros aúllan de la manera más infernal.
A partir del relato de este cuento, ya fui más precavido para salir al camino, por el temor de ver pasar de nuevo la barbacoa.
Tomado de : Los Cuentos del abuelo. Ovidio Tamyo Lopera

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